La nómina de obras atribuidas a Francisco Antonio Gijón, autor de la popular imagen del Cachorro, podría verse acrecentada en breve con la talla
del Nazareno que se venera en la localidad pacense de Los Santos de Maimona si el profesor Juan Manuel Miñarro mantiene su primer criterio al respecto una vez que someta a la
imagen a un profundo estudio morfológico y técnico, como paso previo a una restauración que consolidará la talla y recuperará la policromía que se oculta bajo una capa de
sucesivos repintes aplicados a lo largo de los años.
La imagen, que actualmente se encuentra en el taller del restaurador, era prácticamente desconocida para la crítica artística sevillana y ha
pasado hasta el momento presente por ser una obra de autor desconocido sobre la que no se había formulado atribución alguna, excepción hecha de aquéllas tan extendidas que
consideraban toda buena obra como salida de la mano de Martínez Montañés.
La realidad en este caso es que el Nazareno de Los Santos de Maimona se encuentra claramente alejado de los modos de hacer montañesinos, pero
entra de lleno en los propios de los años postreros del siglo XVII, precisamente cuando se halla en pleno apogeo la creación artística de Francisco Antonio Gijón.
El tiempo de Roldán y su taller
La época en cuestión, no obstante, es propicia para abrir el abanico de atribuciones a otros artistas del momento, entre ellos el propio Pedro
Roldán, con todo lo que su taller significaba entonces.
Aún atendiendo a esta posibilidad, el criterio inicial de Juan Manuel Miñarro se inclina a considerar la posible autoría de Francisco Antonio
Gijón a tenor de la comparación formal de esta obra con el Cachorro de Triana, con el que existen numerosas similitudes en el modelado tanto del cabello como de algunas
facciones del rostro, incluidos los ojos, que también son de cristal pintados interiormente como los del Crucificado de Triana, que, según Miñarro, debe a un desprendimiento
de la policromía interna del globo ocular el conocido efecto de visión distorsionada que en tantas ocasiones ha sido resaltada por apologistas y eruditos.
De lo que no le cabe duda al restaurador es de que el autor del Nazareno fue un imaginero de gran maestría que puso especial énfasis en el
tratamiento de la cabeza de la talla y en las manos, dotadas de un estudio anatómico exhaustivo que las convierte casi en inusitadas por la fuerza que expresan.
Por el momento, todos los estudios llevados a cabo son de carácter general y a simple vista, si bien a todos ellos se unirán en breve las
conclusiones de las radiografías que ya han sido efectuadas a la talla.
A este respecto, Juan Manuel Miñarro se muestra escéptico a la hora plantearse la posibilidad de encontrar algún indicio que apunte sin género de
duda la autoría de esta imagen. Las radiografías en este caso van a aportar poco, puesto que ya se ha comprobado que el busto de la imagen es macizo y no presenta oquedades
donde pudiera ocultarse algún papel, salvo que exista algún pequeño hueco en la zona por la que el imaginero tuvo que colocar los ojos de cristal o en el interior de la boca,
como ocurrió con el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de los Estudiantes de Sevilla, bajo cuya lengua apareció un papel con la autoría de Juan de Mesa.
Aunque hallar durante la restauración el nombre del autor de una imagen constituye siempre el secreto anhelo de cualquier especialista, es un
hecho cierto que no se trata de algo que se prodigue en demasía, ya que no todos los artistas tenían por costumbre signar sus obras mediante la introducción de documentos.
Muchos ni lo hacían, y otros se limitaban a fórmulas mucho más «discretas» como la firma a lápiz sobre la propia madera o entre los ensambles de las piezas, lo que, salvo
excepciones, ha llevado a la pérdida de muchas de estas firmas por causas de todo tipo.
Una puerta abierta
Con todo, no será hasta que el restaurador retire el recubrimiento de telas encoladas que da forma al candelero de la imagen y aceda a la
estructura de éste cuando pueda confirmarse que no existen documentos o firmas en su interior.
Los trabajos de restauración previsto en esta imagen se limitan en gran medida a la limpieza de la policromía actual, bajo la que subyace otra
probablemente primitiva aplicada sobre una base de minio, conforme a los usos del siglo XVII, la retirada de repintes y la consolidación de la peana y la fijación de la talla
a ésta.
